HAKOTEL
La Vanguardia 3/1/10
El Muro de las Lamentaciones, uno de los lugares sagrados, emblemáticos, y por lo tanto más fotografiados de Jerusalén, es el fragmento visible de uno de los grandes secretos arqueológicos que guarda la ciudad santa por excelencia. El Muro, espacio central de rezo del judaísmo, testimonio presente del bíblico Templo de Salomón, emerge como un iceberg cuya parte subterránea es un impresionante yacimiento histórico en el que trabaja sin descanso la mejor arqueología internacional. Bajo los pies de los visitantes de la plaza del Muro y de sus callejuelas adyacentes, a más de 20 metros bajo tierra, discurren otras calles por las que un día transitó Jesús de Nazaret. Es otro mundo. Un universo secreto que día a día sorprende incluso a los propios excavadores y que encierra el colosal y sin embargo desconocido Muro occidental del Templo.
Los arqueólogos, trabajando en el subsuelo de Jerusalén a la luz de unas lámparas que sugieren una fantástica escena de película de aventuras, han logrado llegar al suelo original del monte Moria, donde Abraham preparó el sacrificio de su hijo Isaac y que compró el rey David para construir un templo que levantaría su hijo Salomón hace 3.000 años aproximadamente. Y, unos metros por encima de ese suelo original, han encontrado las calles de Herodes.
El Muro de las Lamentaciones atrae anualmente a miles de personas, muchas a la búsqueda de una experiencia espiritual, casi sobrenatural. Entre los visitantes se encuentran turistas de todo el planeta, religiosos de todo tipo y también dos grupos humanos muy especiales: los visitantes que más tarde se verán afectados por el síndrome de Jerusalén y los arqueólogos. El síndrome de Jerusalén es una psicosis que afecta a ciertos individuos que visitan la ciudad y según la cual el que la sufre se identifica con un personaje del Antiguo o del Nuevo Testamento. Por fortuna, no es grave. Tiene cura. Sin embargo, la pasión y dedicación de aquellos que trabajan como arqueólogos en el Muro de los Lamentaciones no parece tenerla. Es más, la dedicación es plena, 24 horas al día. Este segundo síndrome de Jerusalén, la pasión por la arqueología, se apoderó de Avi Salomon, arqueólogo en jefe de las excavaciones en el Muro, en la zona que en inglés se conoce como Western wall, muro occidental. "Excavar aquí es una labor que no tiene fin, tan sólo depende del presupuesto", aseguró a La Vanguardia el profesor Avi Salomon. Y sabe bien de lo que habla.
Lugar sagrado para judíos y musulmanes por su situación geográfica, el Muro de las Lamentaciones que conocemos y que se puede ver hoy en día es de hecho "tan sólo parte del muro occidental; una de las cuatro murallas que protegían el denominado Segundo Templo, construido bajo mandato del rey Herodes, algo más de dos mil años atrás", explica Salomon. Fue en el año 70 de la era cristiana cuando los romanos se encargaron de destruirlo, no así la parte inferior de los muros, que sigue en pie. Dichas murallas fueron restauradas ya en el siglo VII por los musulmanes, si bien en la actualidad tan sólo son visibles apenas unas decenas de metros de la parte occidental. Se trata de la parte sur del muro occidental que protegía el templo; un templo maldito que siempre ha sufrido destrucción. Y es que templo y muralla han sido, a lo largo de la historia, testigos de batallas, guerras y de sangre, mucha sangre. Es puro Antiguo Testamento. Por eso para el judaísmo el Templo de Jerusalén fue el santuario del pueblo de Israel que sustituyó al Tabernáculo que guardaba las Tablas de la Ley de Dios, la vara de Aarón y un pan de maná dentro del Arca de la Alianza. Y luego el Templo, fue levantado y destruido, nuevamente erigido y derrumbado mientras, paralelamente, su muro ha sido objeto de luchas y deseos por poseerlo, causante de la división entre dos mundos, de dos maneras de entender la vida. Y es que el muro es mucho más de lo que se observa a simple vista.
De hecho el monte donde estaba el Templo ahora ubica la magnífica Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa, sagradas para los musulmanes que niegan la mayor, es decir; la mera existencia del Templo de Salomón.
Explica Avi Salomon que "el primero que inició las excavaciones en la zona del muro fue un joven inglés de tan sólo 27 años, Charles Warren, entre los años 1867 y 1871. Su finalidad era excavar en el monte del templo, pero no recibió permiso (musulmán)". Con el transcurso de los años nada ha cambiado en este sentido. Nadie ha recibido la autorización árabe para excavar en la zona de las actuales mezquitas. Únicamente es posible en los aledaños, que es donde han aparecido calles del tiempo de Herodes. "Lo interesante es que los árabes niegan la existencia del templo y yo les digo: excavemos y veamos. Y dicen: no. Creo que si se niegan es que tienen algo que ocultar", deduce Salomon, que, pese a ser una persona religiosa, se autodefine por encima de todo como un hombre de ciencia.
Charles Warren, junto a otro británico, Charles Wilson, dejó constancia de su trabajo en textos e ilustraciones que hoy día siguen utilizando los arqueólogos. "Tras esos primeros años casi nadie se interesó por este lugar. Pero en 1967, después de la guerra de los Seis Días, cambió", argumenta el arqueólogo jefe.
Tras aquel conflicto, Israel anexionó Jerusalén y el objetivo pasó a ser entonces descubrir el Muro en toda su extensión hacia el norte, aproximadamente medio kilómetro de construcción.
"Lo que sucede es que con cada piedra que se levanta salen a la luz años de historia y ese objetivo inicial se va transformando al ir encontrando otra multitud de antiguos aposentos, arcadas, puentes. Por ello decidimos abrir al público los trabajos de excavación. Nuestro objetivo ahora es llegar a dejar al descubierto todo el nivel de la época del segundo templo. Con ese fin trabajamos", explica el arqueólogo Avi Salomon.
Para valorar correctamente el impacto emocional que suponen estas excavaciones es preciso saber que para el judaísmo todo tiene sus orígenes en el monte Moria. Allí es donde se sitúa, de acuerdo con la tradición e historia judía, la Piedra Fundacional y el inicio del mundo. Es en el citado monte donde, 3.000 años atrás, el rey Salomón, siguiendo los pasos de su padre David, erige el primer templo como un hogar para Dios. Históricamente este primer templo es casi una incógnita, en tanto que "prácticamente carecemos de información del mismo en la actualidad", explica Michael, guía de las excavaciones.
Lo que sí se sabe es que el templo fue destruido por el pueblo babilónico 400 años más tarde, tras lo cual Herodes comenzó su gran proyecto: elevar un segundo templo, notablemente más ostentoso y ambicioso. Para ello niveló la montaña, lográndolo gracias a 10.000 trabajadores a lo largo de 10 años y construyó las cuatro murallas (entre ellas el muro occidental) como muros de contención. Los restos de los mismos son los que hoy pueden visitarse en la vertiente oeste. Caracteriza la arquitectura de Herodes el hecho de que cada fila de rocas estaba situada unos dos centímetros atrás que la inferior, con la finalidad de obtener una sensación vertiginosa al alzar la vista.
Ahora, en la explanada donde supuestamente existió el Segundo Templo y la Piedra Fundacional, se alzan dos importantes edificaciones musulmanas: la mezquita de Al Aqsa y la cúpula de la Roca, ambas del siglo VII. A los arqueólogos les fascinaría tener la posibilidad de conocer qué yace bajo ellas. Pero esa ya es otra compleja historia. "Con cada piedra que se levanta salen a la luz años de historia"
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